Reencuentro de talentos

Hace ya diecinueve años que no se veían las caras. Sostienen en la mano pequeños vasos cocteleros. Charlan amenamente, sonrientes, carismáticos, sencillos. Roberto Bravo, de mirada fuerte pero gentil, toma la palabra en múltiples ocasiones. Juan Padrón, de bigote largo y mirada gentil, es más reservado, pero en su rostro se refleja un auténtico gusto por la charla, por el momento, por los años y por la vida. Tal parece que ni el tiempo ni la distancia han logrado arrancar las raíces de su amistad. Lizet se ha ausentado de la mesa, excusándose para irse a cenar. Los dos amigos la despiden, y animosamente acceden a una entrevista.
No tardan mucho en revelarse datos curiosos entre sí, mientras explican cómo sus pasiones se entrelazan tan estrechamente, que de pronto parece que aún laboran hombro a hombro en múltiples proyectos. Aún en ese momento, encuentran detalles que desconocían el uno del otro.
De repente, resulta que ambos contribuyeron con su genio y dedicación en una misma película, sin jamás haberse percatado del hecho.
Su sencillez y humildad evita ciertos protocolos, y pronto quedan atrás las formalidades, las preguntas a veces forzadas. Entonces, la plática fluye como agua. Ambos coinciden en sus puntos de vista.
Roberto Bravo, consolidado editor, narra cómo hace 19 años salió de Cuba en un “one way ticket”- como él mismo le llama- hacia los Estados Unidos por razones familiares. Tras haber consolidado un fuerte currículum en su país natal – participó en más de 100 documentales y 28 largometrajes hasta 1992 -, se vio en la necesidad de comenzar desde cero, trabajando en un supermercado y, posteriormente, como profesor.
Por azares del destino, encuentra a un director que había visto su trabajo en la película Maria Antonia, y quiso trabajar con él. De esta manera, Roberto regresó a la edición para un especial de fin de año transmitido en el canal Telemundo, y más tarde se se incorporó a Gems, añadiendo más de 2 mil promocionales televisivos a su ya pesado currículum. Por él han pasado artistas como Don Omar y Dady Yankee, antes de convertirse en estrellas del reggaetón.
Retirado actualmente, Roberto disfruta de la vida en Mérida, Yucatán, sin muchas ofertas de trabajo porque en este país, su nombre no tiene tanto peso como en Cuba y en Miami. Lejos de que esto llegue a preocuparle, Roberto menciona que aún hace producciones con el equipo que conserva, pero ahora es por puro placer.
Respetuosamente, Roberto Bravo le pasa la batuta a Juan Padrón, quien, con una perpetua chispa de vida, permite su introducción, humildemente, como el creador de Vampiros en La Habana. Así nada más. Sin más, suelta de golpe qué el creó uno de los filmes animados de culto más queridos del cine de habla hispana. Con la experiencia de una vida, Padrón deja que Bravo relate los años de ausencia que han pasado separados, y cómo a su encuentro, no se reconocían al principio.
Juan Padrón adelanta un poco el tema de su conferencia rescatando la importancia de un storyboard en el cine. Dedicado de lleno al cómic y al cine de animación, narra la vital importancia de un storyboard esquemado a la perfección en éstas artes. “Del cine en vivo, yo te filmo seis veces diciendo ‘oh, que bonita es la mujer’, seis veces y escojo la mejor, pero en la animación tienes editar la película antes de animarla” afirma. “Se anima lo que va en la película”.
“Eso es lo difícil en el tema de la animación, la historia tiene que estar contada desde el storyboard” sentencia Roberto Bravo.
Y de un momento a otro, mientras los colegas y amigos versan sobre las facilidades que un buen storyboard le otorgan al editor, Roberto y Juan encuentran su línea común, la simbiosis que genera una química amistosa tan efusiva y jovial, que termina contagiando a los ahí presentes.
Menciona los trucos que mostrará mañana en su conferencia “El guión dibujado ó storyboard, la animación antes de animar”. Distancia, velocidad, continuidad y dirección, son los puntos del storyboard en los que uno se debe cubrir.
Entra en materia de una película cubana sobre la guerra de independencia, en donde, coincidentemente, ambos trabajaron en sus respectivas áreas. Un detalle que ambos desconocían. Cuando la plática se torna amena, adentrándose en temas de vampiros y verdugos, aparece Alejandro Otaola, fascinado ante el genio creador de Vampiros en la Habana, y, entre congratulaciones y comentarios, se enfrasca en una amena charla con los dos amigos, con lo que dió por concludia la entrevista.